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Cada niño es un ser humano único, original e irrepetible

Cada niño es un ser humano único, original e irrepetible, el más perfecto y bello producto de la Naturaleza. La satisfacción de su existencia depende tanto de su persona como del ambiente que le rodea, y este ambiente externo ha de serle favorable de modo que no amenace su seguridad, ni obstaculice su necesidad de satisfacción. Gran parte de la infelicidad que sufrimos los adultos no se deriva de las dificultades existenciales inevitables, sino de muchas de las reglas que nos han impuesto desde la primera infancia.

Uno de los principales objetivos que todos pretendemos es aprender a respetar y potenciar la individualidad del niño, siempre teniendo en cuenta que no es un ser aislado, sino un sujeto social que nace y crece en comunidad y evoluciona hacia la independencia en función de la calidad de las relaciones humanas que establezca. Pretendemos encontrar el mejor modo de acercarnos a su realidad con auténtica empatía y ayudarle en su realización plena como ser humano.

A menudo nos encontramos con personas que no han vivido de acuerdo con su potencial, ni han realizado plenamente sus cualidades innatas. Estas personas están emocional atrofiadas y la frustración les produce ansiedad y depresión.

Muchos de estos adultos quieren educar a los niños para «vivir bien», mientras ellos mismos son conscientes de «vivir mal». Algunos incluso proyectan sobre sus hijos una visión pesimista de sí mismos y de la vida. Esta problemática tiene sus raíces en la educación recibida, tanto en la familia de origen como en las experiencias escolares, y se inserta en una cadena secular de generaciones que transmiten los errores pedagógicos que han padecido.

Nadie es perfecto. Nadie nace siendo educador. (Consideramos educadores tanto a los padres y madres como a los profesionales de la enseñanza). Ningún padre se equivoca por propia intención, y es de los errores (propios y ajenos) de donde debemos extraer la experiencia y el conocimiento para mejorar nuestras actuaciones.

Gracias al reconocimiento científico, pedagógico y social, la importancia de la educación en los primeros seis años de vida ha experimentado un gran avance cuantitativo y cualitativo en la práctica totalidad de países. Hoy nadie duda que la evolución del niño en estos años es fundamental y marca el posterior desarrollo y desenvolvimiento de la persona a lo largo de su vida, siendo los déficits educativos en este período difícilmente recuperables y responsables de los fracasos posteriores.

Una estimulación correcta en estos primeros años se presenta prioritaria para posibilitar un progreso adecuado optimizando los potenciales de aprendizaje, de relación, de autonomía personal y social, en definitiva, en la construcción del hombre y la mujer.

Debemos pretender que, partiendo del respeto a la individualidad, padres y madres y educadores logremos un acercamiento directo, simple y satisfactorio para disfrutar de nuestra relación con los niños, favoreciendo su realización plena y garantizando su desarrollo intelectual, emocional y creativo

Adoración Navarro. Psicopedagoga

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