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¿De qué hablar para educar?

El otro día estuve observando a unos padres que estaban enseñando a su hijo pequeño a montar en bici. Los padres iban colocando con precisión coderas, rodilleras, casco, protector bucal y, mientras, le iban explicando a su hijo la importancia que tienen para prevenir posibles problemas.

Una vez que la criatura estaba preparada llegó el momento foto para recordar el día que aprendió a montar en bici, e inmediatamente comienzo de la clase teórica, “hijo, la espalda recta, mira al frente, pedalea con decisión” acompañado de una sonrisa de confianza. La criatura que se lanza mientras papá sujeta el sillín y mamá desde unos diez metros hace fotos y anima. Una pedalada, dos pedaladas, un ¡cuidado! Y ¡zas! la criatura al suelo.

Esta escena se repitió unas ocho o nueve veces con una pequeña diferencia, y es que el padre cada vez decía más alto y con tono más imperativo eso de “espalda recta, mirada al frente y pedalea con decisión”; la madre dejó de hacer fotos y de animar, y la decepción de la criatura fue dando paso a un sonoro cabreo.

Lo que comenzó siendo una bonita mañana familiar, terminó en una “pelotera” a tres bandas. El padre, “es que este niño no se entera”, mira que se lo digo clarito espalda recta, mirada, al frente y pedalea con decisión”; la madre, diciendo a un lado “es que no tienes paciencia” y al otro, “es que no haces caso a lo que se te dice”; y la criatura mirando a uno y a otro gritando: ¡Que me dejes!, ¡Que me dejes!.

 “Habla con tu hijo”. Este mantra lo repetimos y nos lo repiten cada vez que nos asalta el miedo por cómo los comportamientos presentes de nuestros hijos pueden afectar a su futuro. Cuando estamos muy preocupados y no sabemos qué hacer, nos llega esta especie de idea “salvadora”: “Habla con tu hijo”. Habla con tu hijo nos dice nuestra pareja, habla con tu hijo nos dicen los amigos, habla con tu hijo nos dicen en el colegio, habla con tu hijo nos dicen los expertos. “¿Cómo no habríamos caído antes en eso?”. ¡ Que sencillo es! ¿Verdad?. Te vas a casa y le dices a tu retoño “Hijo siéntate que vamos a hablar” Y la criatura va y mirándonos con cara de extrañeza nos dice eso de “¡¡¡que me dejes!!!!”. No, la realidad es que no es fácil hablar con los hijos.

Hablar con los hijos, comunicarse, básicamente consiste en compartir. Compartir con nuestros hijos lo que creemos, pensamos, sentimos, queremos, etc. Y esto lo hacemos para poder saber qué es lo que nuestros hijos creen, piensan y sienten, y así conociendo lo que piensan nuestros hijos sabremos cómo actuar para guiarlos.

Los padres estamos continuamente comunicando con nuestros hijos, lo hacemos con nuestro comportamiento, con nuestras actitudes y con nuestras palabras.

La comunicación es fuente de conflictos. Los padres debemos de asumir que, cuando educamos, surgen múltiples conflictos y estos son naturales.

Cuando los padres expresamos a nuestros hijos lo que creemos que deben hacer ante una situación, es más que posible que nuestros hijos puedan tener otro criterio diferente, de tal manera que las dos creencias entran en colisión. Eso es un conflicto. Y por eso hablar con los hijos puede generar y de hecho genera conflictos. Pesados conflictos, largos conflictos, cansinos conflictos.

¿Nunca has dicho eso de “me voy a callar para no liarla”? Por evitar conflictos terminamos mirando hacia otro lado, y en ese preciso instante es cuando los padres empezamos a temer comunicarnos porque cada vez que hablamos terminamos discutiendo.

Los padres tenemos, entre otras obligaciones, la tarea de guiar, supervisar, poner límites. Y nuestros hijos el derecho a ser guiados y supervisados. Los límites son necesarios para tener puntos de referencia, para no perderse. Por lo tanto no olvidemos que cuando hablamos con los hijos, el conflicto puede estallar en cualquier momento.

Así que, los padres deberíamos prepararnos para hablar con calma, con tranquilidad, con la convicción que da saber por qué estamos hablando con nuestros hijos, y qué es lo que queremos transmitirles.

A los hijos también tenemos que enseñarles a comunicarse de una manera efectiva, a que sepan expresar de manera adecuada sus creencias, sus pensamientos, sus ideas, sin necesidad de perder el control.

Los padres no debíamos de enfadarnos por educar, pero lo que no es normal que nos enfademos los padres porque los hijos se enfadan.

Somos los padres los que tenemos que comenzar a comunicarnos, no podemos estar esperando a que nuestros hijos tengan la “necesidad”.

Hablemos con los hijos, cuanto antes mejor. La comunicación es un hábito, se puede enseñar, y se puede aprender a comunicar. Digámosles lo que creemos que tenemos que decirles.

Nos tienen que ver hablar a los padres, cómo vamos a pretender comunicarnos con nuestros hijos si no lo hacemos entre nosotros, cómo van a aprender nuestros hijos si no nos ven dialogar, si no ven cómo resolvemos nuestros conflictos mediante la comunicación.

Cuando nos comunicamos con los hijos hay que estar preparados para escuchar, porque al escucharles les hacemos sentir que son importantes para nosotros, al escucharles podemos saber qué es lo que quieren, qué piensan y nos ayudará a saber qué sienten. Les escuchamos para que aprendan a escuchar. Y cuando escuchamos les hacemos ver que nos importa lo que nos están diciendo.

Para comunicarse también hay que ser sinceros, decir la verdad, aunque sepamos que eso puede alterar a nuestros hijos. Hay padres que contestan a demandas de los hijos con un “ya veremos” como una forma de diferir la tormenta. A veces hay que responderles directamente, y entender que cuando les decimos cosas que no quieren escuchar, cuando les damos un corte a sus aspiraciones (reales o fantasiosas), su respuesta puede ser explosiva.

Para comunicarse con los hijos hay que ser pacientes, a pesar de lo que digan, a pesar de cómo lo digan. Muchos padres nos alteramos porque cuando hablamos con nuestros hijos nos miran con altanería, con cara de “no tienes ni idea de que va la vida”. Si nos enzarzamos en las formas, les damos a éstas más importancia que al fondo. No olvidemos qué es lo importante.

Comunicarse con los hijos es, también, saber cuándo debemos de dar por concluida una conversación. A veces, de tanto marear la perdiz, los mensajes claves se diluyen.

La comunicación con los hijos se parece mucho a lo que el hacían los padres del niño de la bici. Les decimos a nuestros hijos lo que creemos que deben de hacer y los animamos, pero los que pedalean son ellos.

Y si se caen, les recordamos las instrucciones y les animamos. Una y otra vez.

¿Tú les has hablado? Pues entonces ahora les toca a ellos pedalear.

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