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ESCUELA DE PADRES NOVIEMBRE13

 

Escuela de Padres. Ayudame a crecer

 

Adoración Navarro
Psicopedagoga

 

TEMA 1. EL MUNDO EMOCIONAL EN LOS PRIMEROS DOCE MESES DE VIDA

TEMA 2. EDUCAR LA COOPERACION EN LA PRIMERA INFANCIA DE NUESTROS     HIJOS/AS

 

EL MUNDO EMOCIONAL DEL BEBÉ DE CERO A DOCE MESES

 

El bebé recién nacido concentra su energía en dos retos simultáneos: desarrollar la capacidad de sentirse tranquilo sin que los estímulos  que le llegan por los órganos de los sentidos le abrumen y utilizar estos mismos sentidos para conocer su entorno. Cuando un bebé siente una necesidad o un dolor, a menudo es incapaz de percibir otras sensaciones que no sean esa necesidad o ese dolor, es decir, principalmente está influenciado por esas sensaciones físicas internas. Es por eso que, en el primer periodo de su vida el bebé mantiene un circulo de retroalimentación: cuando está tranquilo  desarrolla las capacidades sensoriales  para conocer su entorno y al emplear los sentidos se siente tranquilo y presta atención.

 

Ante todo un bebé necesita sentirse querido y esto ocurre cuando los adultos son sensibles a sus características, sus necesidades y sus reacciones. Los juegos sencillos dirigidos a cada uno de sus sentidos (vista, oído, tacto, olfato, gusto, sentido de la posición y movimiento o el control muscular), individual y conjuntamente favorecen la autorregulación y el interés por el entorno.

 

A partir de los tres meses, comienza a relacionar las causas con los efectos y los adultos favorecen esta relación respondiendo a sus señales. Por ejemplo, favorecen esta comunicación intencional devolviendo una sonrisa  afectiva cuando sonríe el bebé o imitando sus runruneos y los movimientos de sus brazos.

 

Desde su nacimiento el bebé ha respondido a los estímulos, pero esta capacidad ha evolucionado y a partir de ahora desarrolla la intencionalidad  porque descubre que sus acciones provocan una respuesta en los demás. Los adultos deben identificar y responder a la forma de comunicación emocional del bebé. Cuando siente molestias calmándole y si está contento con alegría. Con estas y otras reacciones causa-efecto, el pequeño aprende que puede tener influencia sobre el entorno, lo que supone el primer paso para adquirir confianza y seguridad en sí mismo y en los demás.

 

Entre los cuatro y los seis meses, el bebé sintoniza mejor con el entorno y muestra un interés selectivo por la parte más significativa de ese entorno, comienza a desarrollar una relación o vinculo especial con dos o tres personas que en general son quienes atienden sus necesidades habitualmente. Este vinculo especial se denomina apego y su desarrollo es muy  importante ya que se convierte en la base que sustenta el resto de la evolución del bebé. Parte de su esquema de interacción socio-afectiva y está compuesto por miradas, sonrisas, atención centrada en los rostros, sonidos para atraer la atención del adulto, etc., como respuesta a las relaciones amorosas con las personas significativas.

 

Es importante observar las características diferenciales del temperamento del niño. En muchos bebés las respuestas emocionales surgen de forma espontánea al contacto mínimo, sin embargo otros son más lentos en las reacciones hacia las personas de su entorno, incluso podría rechazar los momentos afectivos si el bebé está sobreestimulado.

 

Cuando los adultos que atienden al bebé conocen aquello que le tranquiliza y estimulan su interés por conocer su entorno, le están ayudando a mantener el equilibrio y a sentirse emocionalmente satisfecho. Todo aprendizaje futuro del bebé va a depender en buena medida de las relaciones humanas y de los contactos emocionales que establezca.

 

El niño en este momento se convierte en un explorador inagotable y lo que más le gusta investigar son las relaciones con las diferentes personas de su entorno. Al ir teniendo una dinámica más activa con dicho entorno, tanto con las personas como con los objetos, aparecen las verdaderas emociones o sentimientos emotivos que involucran la interacción de las sensaciones corporales y la experiencia a través de la vinculación de la memoria. El niño experimenta categorías de emociones muy diversas: placer, afectividad, rabia, curiosidad, dependencia, exigencia, decepción, tristeza, miedo, etc. Los adultos deben observar si utiliza las distintas categorías emocionales y todos los sentidos para interactuar con el entorno. El potencial original y exclusivo del bebé motiva que tenga preferencias naturales que desarrollan un tipo de interacciones emocionales con más frecuencia que otras, pero todas deben manifestarse en un momento u otro.

 

Alrededor de los siete u ocho meses, la intensidad del apego aumenta y, además de preferir determinadas compañías, suele mostrar recelo ante los extraños.

 

A partir de los diez meses desarrolla múltiples capacidades, habilidades y conductas. De entre ellas, dos acaparan toda su energía: comenzar y afianzar la marcha independiente y desarrollar el lenguaje verbal para comunicarse. Todo este despliegue de habilidades atrae tanto la atención de los adultos que pueden pasar desapercibidos los logros en su crecimiento emocional. Comienza a organizar su conducta y su mundo emocional, poco a poco va siendo capaz de aunar pequeñas actividades y las emociones correspondientes.

 

Con el paso del tiempo, la manifestación de emociones, poco a poco, va siendo más compleja y organizada. El enfado es más evidente y se acompaña de gestos como lanzar objetos, golpear con la mano o alejarse de la persona que lo provoca. El recelo con los extraños también incluye un repertorio de conductas organizadas, e igual ocurre con la afectividad que expresa con ternura, rostro cálido, besos y abrazos. Aún no tiene un sentido de si mismo muy desarrollado, por eso, no es habitual que demuestre sentimientos de culpa o vergüenza pero, progresivamente, se pueden observar atisbos de emociones más complejas y organizadas.

 

Reconocer y responder de forma apropiada y empática a las necesidades del niño supone abonar el terreno de su crecimiento emocional. No obstante, esto no supone anticipar sus señales y demandas o responder de forma inmediata, es imposible que aprenda a aceptar el retraso y las pequeñas frustraciones que supone la cotidianidad del ser humano.

 

El niño necesita que los adultos le facilitemos atenciones que favorezcan la interrelación afectiva y profunda porque es el medio para crear el clima emocional adecuado para que crezca sano y feliz.

 

Con el objetivo de que el niño establezca lazos emocionales profundos, debemos dedicarle tiempo de calidad, mostrarnos afectivos con sinceridad de sentimientos y disponibilidad afectiva, esforzándonos por captar su interés e implicando todos los sentidos en el momento de intercambio emocional.

 

Cuando el interés de niño decae por el juego emocional debemos proporcionarle otro tipo de actividad que requiera implicación física o permitirle que se entretenga jugando solo. En otro momento podemos volver a estimular la relación emocional e ir alargando ligeramente los intervalos de interacción afectiva.

 

EDUCAR LA COOPERACION EN LA PRIMERA INFANCIA DE NUESTROS HIJOS/AS

 

NIÑOS Y NIÑAS DE UN AÑO Y MEDIO EN ADELANTE.

 

Cooperar significa trabajar juntos tomando parte de algo para alcanzar un fin común. La cooperación tiene una doble dirección, una reciprocidad: yo beneficio a los demás y ellos me benefician a mí. Sin embargo cuando se trata de favorecer a otro nos referimos a la ayuda y esta tiene una sola dirección: yo ayudo al otro y el otro es ayudado por mí.

 

La formación del valor de la cooperación es esencial para la convivencia y su correcto desarrollo requiere del esfuerzo de los padres, porque el  proceso de aprendizaje de la cooperación es largo, requiere de mucha paciencia y comprensión y del conocimiento de las particularidades de cada edad.

 

Educar la cooperación supone estimular el desarrollo de ciertas actitudes y capacidades del niño/a destacando aspectos como:

 

  ♦ Desarrollar la conciencia de formar parte del grupo (familia, clase, amigos, trabajo, equipo…), sentirse unido a los otros y compartir sus objetivos.

 

  ♦ Compartir sin esperar reciprocidad. Estar abierto y disponible para los demás.

 

  ♦ Colaborar activamente contribuyendo al bien común sin esperar recompensas individuales.

 

  ♦ Aumentar progresivamente la capacidad de empatizar con los demás.

 

  ♦ Fomentar la capacidad de participar del bienestar de otros, de autocontrol, de negociar, de resolver conflictos de forma positiva, de compartir el triunfo y aprender del fracaso, de ceder sin someterse, etc.

 

Desde que el niño/a nace debe de aprender a vivir en sociedad. Establece vínculos con las personas de su entorno porque las va a necesitar para subsistir. El pequeño/a tiene una tendencia innata a la socialización. Sin embargo el egocentrismo y el egoísmo también forman parte de la naturaleza humana, sirviendo  para cuidarse y protegerse a si mismo.

 

Para llegar a cooperar es necesario adquirir conciencia de la propia individualidad y de la de los otros, solo de ese modo existe interrelación: hablar, escuchar, dar y recibir, ayudar y recibir ayuda, etc.

 

La cooperación debe de estimularse desde las primeras edades donde las conductas insolidarias y egocéntricas son frecuentes. A medida que el entorno empieza a moldear la personalidad en el desarrollo del niño y este realiza acciones a favor de los demás. Así ese egocentrismo va dando paso a la conducta cooperadora.

 

Para formar las premisas que servirán de base al aprendizaje de este valor es necesario promover la realización de múltiples actividades en las que sea necesario coordinar acciones para realizar un trabajo conjunto: prestar ayuda a otros para alcanzar un fin común, sentir alegría colectiva por el logro de un resultado, apreciar la ayuda en determinados momentos, ayudar a los compañeros y amigos, etc.

 

No obstante los padres y madres siempre deben tener presente:

 

  ♦ Exigir a los niños/as un grado de cooperación adecuado a su edad. Necesitamos confiar en el potencial de nuestros hijos/as y ofrecerles apoyo y estimulación en vez de sermones y castigos.

  ♦ Es importante que sientan nuestra comprensión sobre sus limitaciones y su egoísmo, pero esto no implica renunciar a pedir su voluntad de cooperación.

 

  ♦ Somos un modelo para nuestros hijos y ellos tienden a imitar lo que ven hacer a los adultos de su entorno. Si cooperamos con los demás ellos tenderán a copiar estas conductas y más tarde las desarrollaran por propia iniciativa.

 

  ♦ El mejor modo de educar la cooperación en los niños es cooperar con ellos. Los pequeños tienen diferentes formas de pedir nuestra cooperación: con palabras, con gestos, con silencios, con su presencia, etc., nos invitan a jugar, a trabajar juntos,…

 

  ♦ No fomentamos la cooperación al ejercer una autoridad arbitraria, sino aplicando la autoridad objetiva. Imponernos a los niños con superioridad y subordinación fomenta las luchas de poder o la indefensión de los pequeños. Sin embargo podemos ejercer nuestra influencia por medio de normas de convivencia compartidas.

 

  ♦ Planificar en familia, todos juntos las rutinas y las responsabilidades propias adquiriendo así compromisos.

 

  ♦ Hacerles ver los errores como oportunidades para aprender: que reconozcan el error como responsabilidad sin fomentar el sentimiento de culpa, que se disculpen y resuelvan el conflicto en colaboración con la persona o personas a quienes han ofendido.

 

En esta sociedad tan competitiva, conviene reflexionar  sobre algunas formas de educación que se deben de aplicar para formar a  nuestros peques; Enseñándoles a ser cooperadores y responsables, ayudarles a desarrollar destrezas para la solución de conflictos y desarrollando su autodisciplina y una disciplina positiva que enfatice los principios de dignidad. Todo ello en un ambiente en el que prevalezca el respeto mutuo entre los padres y sus hijos.
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